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575. Cautivos y desarmados. La historia de Leonor Ávila Amil y Alfonso Sanz Martín, "El corneta"





El 1 de abril de 1939 la radio del bando rebelde ("Radio Nacional de España") difundía el último parte de la Guerra Civil Española, que decía lo siguiente:

“En el día de hoy, cautivo y desarmado el ejército rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado”.
Burgos, 1º de abril de 1939, año de la victoria.
El Generalísimo. Fdo. Francisco Franco Bahamonde.

La guerra más cruenta había empezado, la guerra contra mujeres y niños solo por ser “la mujer de” o “el hijo de”, la guerra contra obreros y campesinos, la guerra contra cualquier persona que oliera a República a sindicalista o simplemente a obrero o a jornalero del campo, la guerra contra una mayoría silenciosa, descalza y hambrienta,  la guerra encaminada no solo a destrozar cuerpos sino también almas.

El hermano de Leonor, Antonio, el que a escondidas en su juventud la enseño a leer y a escribir, aquel que le recitaba largos poemas, que cantaba subido a un olivo mientras trabajaba de sol a sol, aquella persona sensible pero con callos en las manos por el duro trabajo, al que como único crimen le podían atribuir haber luchado en el lado de un ejército vencido, en las filas republicanas, huyó con la desbandada hacia la frontera y estaba en paradero desconocido. Unos años después se enteraron que había podido llegar a Francia, en una carta a su sobrina Araceli dirigida a Alcolea donde residían entonces. No había sido la primera carta enviada pero si la primera que llegó, fue en abril de 1948, en ella hace referencia a una carta enviada por Araceli, entonces con 13 años. Sabemos poco más de él, que al entrar en Francia fue recluido en un campo de concentración, que estuvo allí hasta finalizar la segunda guerra mundial y que luego fue liberado, que le concedieron la ciudadanía francesa y que jamás hasta su muerte muchos años después y ya muerto el dictador y bien entrada la “democracia”, jamás, tuvo valor para volver a España. Cuando no era una bronquitis, era el dinero, tenía miedo, mucho miedo, contó que cruzó el Ebro en medio de soldados de uno y otro bando cogido a la cola de un burro ya que no sabía nadar. Las entonces niñas, Araceli y Lola aun recuerdan a Mamá Dolores, su abuela, arrodillada en el suelo, con la carta en las manos llorando y repitiendo “está vivo, mi hijo está vivo”.

Las entradas de madrugada en la casa familiar eran lo peor. Noches enteras sin dormir, todos los ocupantes en camisón al frío de la noche, los abuelos, Leonor y sus hermanas, las niñas, todos callados, temblando, no sabían muy bien si por frío o por miedo. Minaban su resistencia, pisoteaban su honor, exponían su vergüenza, hombres armados con horrendos tricornios, defensores de la ley, que rajaban colchones, destrozaban muebles, rompían armarios y quemaban recuerdos familiares, ropa, fotografías. Cocinas destrozadas, saqueadas de lo poco que había y por encima de todo la sensación horrible de violación, de ver sus pocas pertenencias volcadas a la luz de todo el mundo. Las pequeñas hoy tienen pocos recuerdos, escondidas tras las faldas, recuerdan aun sombras de buitres verdes envueltos en capas que semejaban alas, gritos que aun oyen envueltas en la tibieza de sus camas.

Los vecinos quietos, mudos en sus casas, deseando que se cansaran con ellas y no fueran a las suyas, ya les tocaría otro día, pero ni ese ni los siguientes, ni el que les tocaba, dormirían, nadie dormía en Adamuz pero tampoco nadie hablaba, solo los piadosos cristianos del bando nacional que acudían a los interrogatorios manifestando y firmando todo aquello que les ponían delante, a cambio, terrenos, concesiones, casas requisadas pasaban a su propiedad dudosamente demostrada obviando los gritos que oían en las dependencias de la casa cuartel, las caras ensangrentadas y las parihuelas con desgraciados destrozados a golpes.

Durante el día no se realizaban registros pero no eran mucho mejores, mendigando trabajo a cambio de casi nada, nadie se atrevía a ayudarlas, ni a ellas ni al resto de las marcadas. Súplicas a las “bondadosas” damas de buenas familias, algo para las niñas, algo, ni que fuera a cambio de llevarlas a misa diaria. Las de domingo eran obligatorias, todos quietos, haciendo ver que rezaban ante aquellos curas sin conciencia, de negra sotana y sombra larga. A lo largo de los años Leonor volvió muy pocas veces mas a la iglesia, por la boda de sus hijas y bautizos de nietos y biznietos, siempre temerosa de que aquel cristo crucificado bajase y se la llevase con él dejando a sus hijas huérfanas, un cristo que aprendió a temer y a odiar en silencio, olvidando poco a poco su devoción de jovencita a la Virgen del Sol patrona de Adamuz y a la de Araceli, patrona del campo andaluz.

La supervivencia era dura, Leonor se jactaba en su vejez de haber trabajado más que un hombre, su espalda encorvada daba fe de ello, la artrosis insoportable que la torturo hasta la muerte era una muestra, sus vértigos y mareos por una columna cervical aplastada, sus manos deformadas, daban fe de sus manifestaciones, eso y otra cosa que oculto a quien la rodeaba, las terribles torturas a las que la sometió la Guardia Civil en el puesto del pueblo para intentar que diera noticias de “su” Alfonso.

Sobrevivían haciendo jornales cuando los llamaban, cazando conejos en el campo o recolectando hierbas para el puchero, con el contrabando de aceite por el que Leonor estuvo presa varias veces, con faenas en las casas de los señoritos, faenas y quien sabe que más, para lograr tirar adelante una familia humillada, vejada y perseguida aun en su desgracia, como cientos de miles de familias más en estos años en los que a los generales saliendo de misa y después de comulgar se les llenaba la boca diciendo que antes destruirían España que dejar a un solo “rojo” de pie. Todos o de rodillas o bajo tierra.

El 29 de mayo de 1940 arrestaron al padre de Leonor y lo sometieron a un procedimiento sumarísimo de urgencia, la descripción del guardia civil que procedió a su detención y que se encuentra en el Archivo Militar de Sevilla manifiesta que:

“Estando apostados a la entrada del pueblo a las dos de la mañana se procede a dar el alto y detener a Antonio Avila Cazalla, de 59 años y vecino de Adamuz, lo cogieron entrando con un saco vacio en el pueblo, el dijo que venía de vigilar su melonar y como era sabido que en esa época los melonares no necesitaban vigilancia y se conocía la circunstancia de que dicho “individuo”  tenía un hijo en paradero desconocido y un hijo político huido a la sierra se procedió a su detención por temer que fuera enlace de los huidos toda vez que también era de ideas izquierdistas y que había participado en cuantas huelgas había habido antes del  glorioso alzamiento".

Describía también el atestado que "el referido sujeto era persona de mala conducta y antecedentes de pertenencia a partidos de izquierda, que estuvo haciendo guardia con los rojos a la entrada del glorioso ejército nacional, que se dedicaba a cazar conejos para venderlos a las fuerzas del orden y familias de bien y con ello se enteraba de cosas que se hablaban en el cuartel e informaba al enemigo”.

Por ello fue detenido y encerrado en la cárcel nueva del pueblo a la espera de juicio. En el dosier del padre de Leonor también constaba que la constatación de las pruebas fue obtenida después de la utilización de la fuerza en el interrogatorio en este puesto, la “fuerza”, y está escrito en el atestado sin ningún tipo de vergüenza. El informe habia sido facilitado por dos vecinos de Adamuz, Francisco Cortez y Juan Antonio Jiménez. El juicio se celebró en Córdoba en noviembre del mismo año, algún vecino de peso declaró a su favor y la pena por ser padre y suegro de huidos y persona de mala conducta y de ideas izquierdistas fue su ingreso en un batallón de trabajo de Algeciras donde permaneció hasta el 24 de marzo del 42.

La familia se quedó sin el único hombre de la casa. La responsabilidad, como en la mayor parte de las familias de los vencidos recayó en una mujer, en Leonor.

Continuará.


Araceli Pena
Febrero 2013











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