Lo Último

639. “Mi padrino fue el gran Agapito Marazuela”

Agapito Marazuela organizando las milicias segovianas


Habían llegado huyendo desde su pueblo, San Esteban del Valle, en Ávila, ocupado por las tropas franquistas.

Apuntaba 1938. En el Madrid del “¡No pasarán!”, Elio González, maestro convertido en Teniente de la 75 Brigada Mixta y su mujer, Exuperia, bautizaban al que sería su único hijo, Elito.

Ellos se habían casado por lo civil, pero Exupe no consintió en dejar a su hijo sin bautizar. Oficiaba de padrino Agapito Marazuela Albornos, dulzainero y folklorista segoviano. Aquel fue un día feliz para todos.

Agapito se dedicó desde muy joven a recopilar e investigar el folklore castellano, empeñado en dignificar la música tradicional, y en una de sus incursiones por el Valle del Tiétar conoció a Florencio, el abuelo del niño, famoso en la comarca por ser un maravilloso rondallista. De la admiración mutua  y el amor común por la guitarra, nació una gran amistad y Marazuela no perdía ocasión de llegarse por el Café Rosales, propiedad de la familia González.

Pero Agapito era un hombre cuyo compromiso abarcaba mucho más que la música y, como dicen quienes, como Joaquín González, le conocieron, “de una dignidad humana absolutamente insobornable”.

Pocos saben que en 1932 se afilió al Partido Comunista, o que las Juventudes Socialistas Unificadas le encargaron seleccionar los grupos folclóricos que actuarían en la Olimpiada de Barcelona de 1936.

Junto con el escultor anarquista Emiliano Barral, autor del mausoleo de Pablo Iglesias, Agapito Marazuela fue uno de los creadores de las Milicias Antifascistas Segovianas, que tenían su sede en la Calle Mayor nº 1 de Madrid, donde se encontraba el Centro Segoviano, antigua casa regional de la que ambos fueron presidentes. Agapito ya contaba entonces con el respeto y la consideración de las principales figuras del mundo de la cultura, y como tal, fue el encargado en 1937 de coordinar los grupos de folklore del pabellón español en la Exposición de Paris de 1937.

Seis años pasó, terminada la guerra, dando tumbos por distintas prisiones en las que una vez más demostró su grandeza personal y su amor por la música creando rondallas y corales con los presos y tocando, cuando le dejaban, su guitarra.

En cuanto a su amigo Florencio González roto de dolor por la muerte de sus hijos; Elio en la defensa de La Vall d´Uixó y Octaviano al estrellarse su avión, colgó para siempre su guitarra, esa que toco tantas veces junto Agapito, en la pared de su casa y en poco tiempo, murió.

La España franquista no perdonó a Agapito Marazuela su compromiso político, condenándolo al ostracismo durante veinte años, pero a partir de 1965, con la necesidad de mostrar una cara amable y aperturista por parte del Régimen, comienza la recuperación de su obra y el reconocimiento a su persona.

Su ahijado, mi padre, no dejó de recordarle durante toda su vida. A veces sonreía cuando al salir el tema de la Guerra Civil decía aquello de: “mi padrino fue el gran Agapito Marazuela”. Para él siempre fue una razón de orgullo.

Cuando murió, tal y como cuenta Manuel González Herrero en un artículo recientemente aparecido para conmemorar los 30 años de su desaparición, ninguna administración envió una corona de flores, pero nosotros no te olvidamos, Agapito, allá donde estés con tu dulzaina.


Texto: Silvia González
Edición: Altair Diez Ros
Documentación: Inés








2 comentarios:

  1. He puesto un enlace de este blog en:

    http://ejercitorepublicano.wordpress.com/

    SALUD





    ResponderEliminar
  2. Gracias compañero!
    Salud y República.

    ResponderEliminar