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943. Relato veraz de la realidad de Galicia, por Maruja Mallo (2ª Parte)

Requetés en el Estadio de Balaidos (Vigo)


La rapiña de los nacionalistas llega también a los pueblos más recónditos. Pueblos que no conocen la luz eléctrica, ni han visto jamás un automóvil, ahora lo conocen ya. Aparecen los falangistas armados con fusiles y pistolas con las insignias monárquicas y las cinco flechas mortíferas de las que cuelgan cristos y medallas. Llegan en los coches requisados o usurpados, si sus dueños fueron hombres liberales o de izquierda, a estos lugares inexplorados, para arrancar a los campesinos un saco de patatas, un puñado de judías, un montón de maíz, la recolección de todo un año "para el glorioso Ejército español salvador de nuestra patria".

En estos pueblos nada más siniestro que la aparición de un automóvil inexistente, hasta ahora, para ellos. Hay pueblos que viven aterrorizados por el sonido de las bocinas que son los telegramas para que, espantados de terror, todos se pregunten: "A quién le toca ahora. Aquí no hemos matado a nadie y la Falange llega". Los niños corren a refugiarse en las casas gritando: "Madre, llegan los que matan", "Los carros de la muerte".

Mientras los curas hablan de política desde los púlpitos, la cruz es otro signo de terror, otra arma que empuña el mando negro y sangriento. Al mismo tiempo que cuelgan a Cristo en las paredes de las escuelas, aparecen por los montes, las carreteras y las playas, los cadáveres de los maestros. La mayor parte de los libros son quemados en las cuadras o yacen pisoteados entre el estiércol y las herraduras de los caballos.

En uno de nuestros urgentes e inevitables viajes, vimos la misa que se estaba celebrando en la plaza de un pueblo, unos kilómetros más tarde encontramos desparramados por la cuneta, diecisiete cadáveres de hombres jóvenes. Aquella noche del 16 de agosto, pasaban por Verín 300 camiones repletos de falangistas y abastecimientos que saquearon de las aldeas más lejanas. Iban al frente del Guadarrama. Unos días más tarde, esos mismos camiones volvían desvencijados, ametrallados, vacíos. Entonces empezaron a dar los plazos más largos para la "toma" de Madrid.

La primera fecha para la conquista de la capital fue, según los curas y militares, el 25 de julio día de Santiago Apóstol. Cuando un santo o una fecha les fracasaba decían furibundos: "La guerra durará lo menos quince días, lo más cuatro meses para que todo esté en nuestro poder".

El pueblo comenzó a decir: "Santiago Apóstol es socialista. Santiago Apóstol es socialista". Un grupo iracundo de falangistas se dirigió a la catedral armado de fusiles y pistolas para destituir de los altares a Santiago Apóstol diciendo que era "El Corazón de Jesús quien debía ocupar aquel lugar". Durante la acalorada disputa, llegaron tres carlistas que se opusieron a este hecho, diciendo: "Santiago Apóstol está fastidiado porque los militares han traído a los moros y, además, Franco es espiritista". Como la discusión tomaba una realidad más brusca y ya en el coro de la catedral había sonado un disparo y un "Viva Alemania y muera España", tuvo que intervenir la Guardia Civil.

El día 7 de noviembre, a las once y treinta y cinco de la mañana, la emisora de Burgos daba la noticia de que las tropas nacionalistas habían entrado en Madrid a las doce de la mañana. Se izaron las banderas y aparecieron las colgaduras monárquicas en todas las ventanas y en todos los balcones. Madrid había caído. A las cinco de la tarde, Radio Club Portugués daba un comunicado que decía así: "Las tropas nacionales han entrado por el sur de Madrid. En este momento están pasando por la calle de Alcalá. En la Central de Teléfonos y en la Gobernación se ha izado la bandera blanca. Urraca Pastor invitaba al pueblo a que se rindiera. Por las calles de Lisboa están celebrando una manifestación de júbilo por la derrota de los rojos".

Las iluminaciones monárquicas de las cuatro provincias de pueblo se encendieron. "Parece un cuento de las mil y una noche", decían algunos sacerdotes mientras extendían grandes letreros en las fachadas de las iglesias, cuyo texto era: "De Madrid al cielo". Queipo de Llano voceaba más borracho que nunca: "¡Qué festín, que borrachera vamos a tomar en la Puerta del Sol después de la suculenta carnicería que vamos a hacer! tenemos organizados 20.000 guardias civiles para hacer limpieza". El pueblo decía: "A Madrid no lo toman ni lo tomarán porque está defendido por españoles. Allí los camaradas tienen armas". Dijo un grupo de pescadores: "Nosotros luchamos con la razón desarmada, con las manos limpias de sangre, frente a estos matones que nos asesinan por tener ideas". Comentaba un grupo de obreros: "Cuando los nuestros estén cerca, no esperaremos órdenes", contestó una lavandera.

Un viejo que desde que comenzó la rebelión está en cama, para poder oír las radios republicanas, repetía: "Con cuatro fusiles esto hubiera durado menos que el canto de un gallo. Yo no se leer ni escribir, pero aún se pondrá muchas veces el sol antes que Madrid caiga. Y estos bachilleratos están haciendo el payaso con tanto trapo y tantas luces". "Madrid no lo cogen ni por el c... respondió una lavandera.

"Esta noche, gritaba la Falange enardecida, nadie quedará en sus casas. Se darán aldabonazos, se golpearán las puertas para que todos salgan a festejar nuestro heroísmo. El que no salga a la calle será multado". Al día siguiente se publicó una orden, para todo forastero que estuviera en la zona "Salvada" por el ejército y que fuese vecino de Madrid: "No podrá volver a la Capital durante un plazo de tres meses y con pasaporte. Hay que purificar a Madrid. Para esto está organizado un cuerpo especial de veinte mail armas, para hacer limpieza".

Desde la derrota del 7 de noviembre, los nacionalistas no quieren ir al frente. Los pocos moros que quedan, se niegan también a ir al frente de Madrid y al de Asturias. Llegan con los pies heridos de disparos que ellos mismos se hacen para residir cómodamente en los sanatorios, ya que su mantenimiento corre a costas del pueblo, que es saqueado a mano armada por las fuerzas negras. "Matar rojos y comer pollo todos los días", dicen los moros.

Los falangistas están desacreditados ante los militares por la cantidad de crímenes que al comienzo de la sublevación cometieron, sin causa política, y por la cantidad de multas que impusieron a los campesinos por caprichos personales. El fuero de la Falange llegó a desautorizar a la Guardia civil y a los Carabineros, aunque la mayor parte de éstos habían sido ya asesinados por ser republicanos, manifestándose en los primeros días de la rebelión, de parte del Gobierno y frente al ejército. En la Coruña, en el mes de agosto, había orden de desarmar a la Falange a las 10 de la noche, por los crímenes exorbitantes que cometieron.

Después del 7 de noviembre los falangistas no quieren ir a los frentes: "Nosotros nos hicimos de la Falange para hacer desfiles; para ir al frente están los soldados". "Madrid es muy grande", decían los nacionalistas después de la derrota del 7 de noviembre.

Desfilan los domingos y días de fiesta, después de asistir a misa, por las calles más céntricas de las ciudades. Llevan siempre un gesto hostil, profundamente sombrío. Marchan con ira sorda, desconfiada ante la presencia hierática de las muchedumbres callejeras, ante la experiencia recibida del pueblo, que comenta en voz baja: "Hoy saludan con las manos abiertas. Mañana será el día de los puños en alto". Las familias más distinguidas desde los balcones de sus casas tiran confetis de colores al Tercio, a los moros y a los nacionalistas. La mayor parte de las bombillas que forman las guirnaldas que atraviesan las calles, colgadas desde el 16 de octubre, que serían encendidas el día de la toma de Madrid, están fundidas por los temporales, y las banderas monárquicas y de la Falange desgarradas por las lluvias y los vientos. Ya lo había dicho un marinero: "Llegaría primero un vendavalón que arrasase esa carnaval antes que a Madrid le tocasen el rabo. Allí los camaradas tienen armas". Otro espectáculo callejero de esta farsa sangrienta son las mujeres con el pelo al rape y grabadas en la frente con U.H.P. No les dejaban al principio cubrir las cabezas con los pañuelos, como es costumbre entre las obreras y campesinas; después se ordenó que se cubrieran nuevamente, obstinándose ellas en no cumplir este mandato, diciendo: "Así saben quienes fuimos, quienes somos y quienes seremos".











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