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1291. El poeta Jef Last lucha a nuestro lado

Las grandes potencias, a las que nuestra pobre y grande España vuelve hoy los ojos con odio, con confianza o recelo, devoran la presencia arrinconada en nuestra memoria actual, de algunos países. Y, sin embargo, desde hace algún tiempo la solidaridad internacional nos prueba también su ayuda desde un Estado pequeño. Entre ellos vamos a destacar uno: Holanda. Y un hombre, Jef East, entre tantos hombres como hoy, venidos desde los más distantes rincones de la tierra, luchan a nuestro lado como verdaderos y entusiastas voluntarios.

Ningún suceso de estos últimos años, de guerra o revolución, ha impresionado tanto a las gentes de mi país, como la guerra de España. Esto ha dicho Jef East, escritor y poeta holandés. Jef Last, que ha sido secretario de la Alianza de Intelectuales de Holanda y delegado en el Congreso de Escritores, en Moscú en 1934, tiene publicadas novelas y volúmenes de poesía. Su obra se halla traducida a cinco idiomas. En «Zuiderzée», uno de sus libros más famosos, se describe el desesperado esfuerzo del capitalismo holandés para salvar la crisis económica de su país. «Camaradas» y «Dos Mundos» son colecciones de poemas en los que late una viva preocupación social. En «Cantos de marineros» alude a la vida penosa de los pescadores del Zuiderzée. En la colección de el «Mono azul» hay un poema de Last, traducido por Alberti.

Jef Last vino a España dejando su brumoso país de flores, en los primeros días de septiembre, y esto explica que no lucha en la Brigada Internacional, sino como teniente del Batallón Sargento Vázquez. Desde su llegada, Last combatió sin descanso al lado de Mangada y luego en Madrid. Los lectores holandeses conocen ya sus «Cartas de España» escritas desde el frente. Hace poco obtuvo un primer permiso de tres semanas que aprovechó para volver a su patria y contar allí a los apacibles holandeses la verdad sobre la guerra española, que mezquinos intereses y almas bajas desfiguran y tuercen. Durante la estancia en su país Jef Last hablaba diariamente tres o cuatro veces sobre España. Empezaron pronto a llover las dificultades para que el escritor holandés siguiese con su propaganda. En Harlem, Jef Last escuchaba un discurso que alguien leía y de vez en cuando aplaudía con la gente. A su lado, el hombre que leía, hablaba de España y alguna vez se oía clara y heroica la palabra «miliciano». Entonces Last aplaudía y su secretario continuaba leyendo el propio discurso que Jef había escrito, para evitar la prohibición de hablar que sobre él pesaba. Los vecinos de la ciudad de los tulipanes, oyeron apenados cómo los niños madrileños mueren diariamente destrozados por las bombas de Alemania y de Italia. Jef Last no pudo en los días restantes de su permiso volver a las salas con humo donde los obreros escuchan los mítines.

Por aquellos días la princesa Juliana se casaba en Harlem y la socialdemocracia holandesa movilizó la policía de la ciudad y de la región, para que vigilase el cortejo feliz de la princesa..., mientras, en un barrio apartado, Last, tranquilamente, hablaba a los pescadores de la resistencia heroica de los madrileños.

Los mejores escritores holandeses, dice Jef Last, incluso los católicos, simpatizan con nuestra causa. Y cita a Van Duinkerken, uno de los escritores más celebrados, y a Van Walschap, a quien Jef tiene como el mejor orador de lengua holandesa. Desde luego que la gran prensa católica combate al Gobierno republicano, a pesar de que Holanda se ve de cerca amenazada por la rapacidad nazi. Los católicos del país se hallan divididos.

Estando allá todavía con permiso, sigue hablando Jef Last, se celebraba en Amsterdam el Congreso del Partido Comunista. Después se hizo una colecta. Una mujer, no teniendo qué darme, me dio su anillo.

En Frisia, un anciano de sesenta y cuatro años, vino a pie desde un pueblecito distante dos horas, sólo para oírme hablar de España, y me dio para los niños españoles más del diez por ciento de su salario de cuatro florines, que es el socorro que recibe como parado. Todavía en Leuwarden un ferroviario le dijo: cada dos años, la compañía nos da un chaquetón gordo para el trabajo. El que llevo, todavía está en buen uso. Toma el nuevo para ti, que vas a España.

Jef Last no descansaba un momento. La policía y la administración holandesa tampoco. Expiraba el permiso de tres semanas, cuando Jef Last, ciudadano holandés, natural de Lemmer, en Frisia, que había dado a su país la gloria de sus obras, dejó de ser holandés por obra y gracia de la socialdemocracia de su país, que no podía consentir que Jef Last luchase desde España por el mejoramiento de los pescadores del Zuiderzée, por los «Camaradas» de su libro, los obreros que ganan terrenos al mar, por todos los camaradas del mundo. El miliciano Last era, desde ahora, incompatible con la flemática ciudadanía holandesa, donde la seriedad monta flacas bicicletas y las rubias muchachas saben pedalear graciosamente.

El joven poeta volvía a España hablando de nuestra guerra en las capitales del camino. En Bruselas habló como miliciano flamenco, pues ya no podía llamarse holandés, ante varios millares de hombres. Y no tardó en llegar la prohibición. La sala estaba abarrotada de público, había muchos estudiantes y profesores, dada su calidad de escritor, y hasta asistían algunas autoridades universitarias. Fué un auténtico cordón intelectual que libró a Last de que la policía cumpliera la orden de arresto que llevaba.

Y aquí está de nuevo. Hace poco salió para incorporarse a su batallón, que lucha en Madrid.

Al llegar de nuevo a España, Last dice que se siente feliz como si entrara en su propia casa. En su batallón, «Sargento Vázquez», Last es el único holandés, pero en España luchan en nuestras filas otros camaradas holandeses. Para todos ellos, holandeses sin patria, pero más holandeses que nunca, España crea su mejor ciudadanía.


Bernardo Clariana
Hora de España II
Valencia, Febrero  1937








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